Aproximación Histórica de Jesús
Figura histórica de Jesús:
Este
ensayo tiene como propósito desmenuzar ideas básicas sobre el debate histórico
en torno a la figura de Jesús de Nazaret. Veremos en la presente la finalidad una
intencional de desmentir un hecho histórico que araíza la figura del nazareno
en torno a la mitología romana antigua del mitra-ismo, a su vez dado las
circunstancias en torno a la diversidad
de documentos que existen sobre la vida de Jesús luego voy a centrar la mirada más bien en el
personaje histórico “aproximado”, y con ello perpetraremos algunas ideas y
dejar una noción de carácter abierto para que dada la subjetividad de los
lectores y su formación académica,
puedan establecer relaciones entre lo expuesto y su cosmovisión de la vida de
Jesús.
Para
ellos he revisado documentos que en mi búsqueda no ha sido para nada sencilla
de seleccionar dada la bibliografía amplia que existe sobre ÉL, no obstante, de
varios libros leídos y páginas consultadas ya sea de calidad lectiva o audio
visual he seleccionado solo dos aspectos aquí. Estas dos para mí son
fundamentales para su comprensión acerca de su origen nato.
Estas dos son:
1.
Culto a mitra
2.
Jesús aproximación
histórica.
En esta
nota intentaremos una aproximación histórica a la figura sobre la existencia de
Jesús, me siento lejos de haber captado todos los misterios de Jesús, solo
espero no haberlo con este informe traicionado tanto.
MTRAISMO:
¿QUÉ ES, CUÁL ES SU ORIGEN Y RELACIÓN
CON JESÚS?
De
acuerdo al MITRAISMO, mitra fue llamado el hijo de dios el cual nació de una
virgen, tuvo discípulos y fue
crucificado y se levantó de los muertos al tercer día, expiro los
pecados de la humanidad y regreso a los cielos.
Los
críticos de la religión cristiana sostiene que el cristianismo es fruto de la
copia de este culto pagano, la figura de Jesús nace así pues entonces con la
intervención de los sacerdotes que modificaron el relato de mitra y crearon en
torno a ella una nueva religión para el imperio que llevaría el nombre de
cristianos- o seguidores de Cristo. Pero, ¿es acaso esto verdad? Es acaso
cierto que el cristianismo tomo sus ideas para realizar su teología?, ¿puede
ser eso demostrado?. Pues bien veamos y analicemos las circunstancias establecidas
por los críticos.
Ante
todo debemos rescatar que el
cristianismo no necesita fiarse, o aún mejor, no necesito fiarse de este culto
para desarrollar una teología y con ella dar origen al cristianismo, es
innegable que el culto a Mitra existió en la antigua roma imperial, decir los
opuesto seria negar la historia y los documentos escritos a través del tiempo, pero para dar luz a la idea
fabulosa de que el cristianismo es una re interpretación de mitra, cabe bien
destacar que sus bases (oficiales) son productos de una revelación
ancestral dado a los padres del antiguo
testamento y sus profetas, con esto decimos que el cristianismo, la figura de
Jesús no es una re-interpretación de aquel culto, pues entendiendo esto ahora
analizamos las vertientes oficiales. La cristiandad tiene sus orígenes en los
antiguos testamentos de los judíos, allí encontramos una serie de relatos que
hablan sobre la llegada de un mesías, este mesías aparece fruto de una
revelación, no de un invento, puesto que así estaban escritos miles de años
atrás en las ideas de la TORA, fundamental es recatar el principio de
magnificencia de esta religión, pues sus orígenes datan aún de tiempos as
antiguos al de la figuro de mitra.
La
figura de Jesús-Zacarías 12-10 “como el hijo de Dios”...y derramare sobre la
casa de David y los moradores de Jerusalén, espíritu de gracia y oración, y
miraran a mí a quien traspasaron y lloraran como se llora por hijo unigénito.
Nacido
de una virgen: Isaías 7-14… “El señor mismo os dará una señal, he aquí que una virgen dará a luz
a su hijo, y pondrá por nombre Emanuel”.
Crucifixión:
salmo 22…”la expiración con sangre porque la vida de la carne en la sangre
está, y yo os lo he dado para hacer la expiración sobre el altar por vuestras
almas”.
Resucitado
de entre los muertos: Salmo 16-10…”porque no dejaras mi alma en el seo ni
permitirás que tu santo vea corrupción.
La
salvación es por fe: Habacuc 2-4…”he aquí que aquel cuya alma no es recta se
enorgullece, más el justo por su fe se salvara.
Teniendo
en claro ahora las demostraciones del antiguo testamento, evidenciamos que los
evangelistas, testigos de Jesús, no hicieron otra cosa más que registrar
aquello que vieron y vivieron, estos se transformaron en evangelios, si bien su
orígenes son posteriores, cabe destacar que para aquella época, se usaba mucho
el nombre de algunos hombres más notables en la vida académica política y
militar para imprimirle un carácter más legítimo, pero estos a su vez son una revelación del
antiguo testamento y no una mera re-interpretación de la figura de mitra.
Cabe
destacar que dada la cultura agraria de varias comunidades antiguas, es posible
de entender que hayan muchas similitudes con respecto a sus religiones, ejemplo
la cultura egipcia, ellos entendían a la vida como el “día”, nace crece y
muere, así fundaron su religión, entonces dada la cultura agraria es fiable de
interpretar que haya similitudes, así el hombre fue imprimiendo en ella la
naturaleza de su religión, siempre basada en la observación de lo cotidiano (libro
de Isaac Asimov “los egipcios historia universal” Pág. 9) pero lo que diferencia al cristianismo de las
demás culturas religiosas es que esta tiene un propósito más profético que un
estado de creación propiamente hecha por los hombres queriendo explicar la
naturaleza divina. Como entonces se puede ver es que los temas tomados del
antiguo testamento, son los temas desarrollados en el nuevo testamento, así
podemos deducir que si tenemos una innumerable obras de arqueólogos respetables
que descubrieron las ciudades bíblicas antiguas (A.C) El destacado arqueólogo
Nelson Glueck escribe: "De hecho, sin embargo, podría decirse
categóricamente que ningún descubrimiento arqueológico ha rebatido una sola
referencia bíblica. Se han hecho muchísimos hallazgos arqueológicos que
confirman en un claro bosquejo o con detalles exactos afirmaciones históricas
hechas en la Biblia". Es así también entendible que por lo tanto, la
cristiandad no es fruto de un culto tomado de los persas, aun así acuño, que si
estas religiones pudieron desarrollar tales ideales, no es de negarse que pueda
haberse apropiado de un esquema mucho más antiguo, tales como la judía.
Si prescindimos
de los Evangelios, la figura de Jesucristo, en torno a cuyo mensaje surgió la
religión cristiana, permanece envuelta en el misterio. Son escasos los
documentos que puedan utilizarse como fuentes para un estudio histórico sobre
la vida de Jesucristo. Pese a ser el personaje representado en más obras
artísticas, tanto pictóricas como escultóricas, se desconocen sus rasgos y
fisonomía, y, más aún, es imposible escribir su biografía en el sentido moderno
del término con todas sus técnicas actuales. Al igual que Sócrates, no dejó
nada escrito. Los Evangelios de Marcos, Lucas, Mateo y Juan carecen de
intencionalidad histórica: el objeto de esas narraciones, efectuadas con un
peculiar estilo literario, era dejar constancia escrita de la vida y del
mensaje del Maestro.
Pero
no por esto dejan de ser «históricos» los hechos que relatan. Lucas, el médico
sirio que dominaba a la perfección el griego, su lengua materna, lo deja bien
claro en el prólogo que precede a su evangelio: «Puesto que muchos han
intentado narrar ordenadamente las cosas que se han verificado entre nosotros,
tal como nos las han transmitido los que desde el principio fueron testigos
oculares, [...] después de haber investigado diligentemente todo desde los
orígenes, te lo escribo por su orden, excelentísimo Teófilo...». Teófilo, por
el tratamiento que le da Lucas, sería un personaje importante e influyente del
entorno.
La
llamada crítica radical que los protestantes liberales aplicaron a los
Evangelios llegó incluso a la negación de la existencia histórica del Nazareno.
Ni el Justo de Tiberíades en su Historia de los judíos ni Filón de Alejandría habla
de Jesús. Pero su existencia histórica está testimoniada con suficiente
claridad por autores como Tácito en sus Anales; por Suetonio en Vita Claudii;
por Plinio el Joven, procónsul de Bitinia, en su carta al emperador Trajano,
escrita alrededor del año 70; y por el historiador Flavio Josefo.
En
su carta, Plinio el Joven habla de "un grupo que canta himnos en honor a
Cristo como a un Dios" (hecho real). Tácito, en los Anales (escritos a
principios del siglo II), se refiere a Cristo como "un condenado al
suplicio bajo el Imperio de Tiberio por el procurador Poncio Pilato". Las
Antigüedades judaicas del historiador Flavio Josefo (escritas hacia el año 93)
aluden primero a "Jesús, el llamado Cristo" en relación a la
ejecución de Santiago en Jerusalén, y citan más adelante, según la traducción
del obispo sirio Agapio, a "un sabio llamado Jesús, repudiado por su
manera de actuar y su virtud", diciendo lo siguiente: "Muchos judíos
y muchos de entre las otras naciones vinieron a él. Pilato lo condenó a morir
en la cruz. Pero los que le habían seguido no dejaron de ser fieles a su
pensamiento. Ellos contaron que tres días después de haber sido crucificado, se
les había aparecido, y que estaba vivo. Quizás era, pues, el Cristo del que los
profetas anunciaron muchas cosas admirables".
Judíos
y romanos
No
se puede entender la doctrina y la vida de Jesús sin situarlas en su contexto
histórico. Palestina era un territorio administrado por los romanos, cuyo
imperio había iniciado su período de máximo esplendor político y territorial.
Con la ascensión de Augusto, que murió el año 14 después de Cristo y al que
sucedió su hijo Tiberio, coetáneo del Nazareno, el Mediterráneo se había
convertido en un lago romano y la autoridad imperial prevalecía en todas sus
costas. En tiempos de Jesús la metafísica de Platón y Aristóteles había perdido
su atractivo. Los sistemas filosóficos más extendidos eran el epicureísmo y el
estoicismo. La doctrina de Jesús contiene algún elemento de ambos sistemas. Por
ejemplo, los estoicos proclamaron la igualdad y la hermandad de todos los
hombres. Por otra parte tenían vigencia aún los misterios, como el de Eulesis y
el de Dionisio. Incluso el misterio egipcio de Osiris gozaba de un buen
predicamento en Roma.
El
mundo judío bajo dominio romano empezó con Herodes el Grande, del 37 al 4 a.C.
El emperador Octavio Augusto le confirmó en su puesto de rey de los judíos
porque Herodes le había ayudado en su marcha final desde el territorio Tolomeo
hasta Egipto. En su testamento, Herodes dividió su reino entre sus hijos
Arquelao, Filipo y Herodes Antipas, este último tetrarca de Galilea y Perea en
tiempos de Jesús. Heredero de una vasta tradición religiosa, el mundo judío
estaba dominado básicamente por dos grupos o sectas: los fariseos y los
saduceos. Los primeros provenían íntegramente de la clase media; los saduceos,
de la rica aristocracia sacerdotal, que en tiempos de Jesús tenía en la familia
de Annás la saga más poderosa. Los fariseos sostenían su autoridad a base de
piedad y cultura; los saduceos, mediante la sangre y la posición. Los fariseos
eran más bien progresistas; los saduceos, más conservadores, aceptaban
fácilmente el dominio romano porque les permitía conservar su posición
privilegiada. Los fariseos se preocupaban por elevar el nivel religioso de las
masas; los saduceos, de adoctrinar y atraer a aquellos que tenían relación con
la administración del Templo y los ritos.
Al
margen de ambas tendencias se situaban los zelotes. Cuando hacia el año 6 a.C.
el legado Quirino ordenó un censo general de Palestina, el fariseo Sadduq y el
galileo Judas Gamala encabezaron la revuelta de los judíos descontentos. A su
alrededor reunieron un grupo que llevó a cabo diversas campañas contra los
romanos. Éste fue el origen de los zelotes, patriotas ardientes que, separados
ya totalmente de los fariseos, utilizaron toda clase de medios, sin excluir el
atentado mortal, para librarse del opresor extranjero y castigar a los judíos
colaboracionistas. Usaban para sus asesinatos una daga corta llamada sicca, por
lo que fueron conocidos entre los romanos con el nombre de sicarii
('sicarios').
La
vida oculta
Todo
esto sucedió en el siglo I de nuestra era. Sin embargo, incluso para la
exégesis católica más racional, ningún dato relativo a la vida de Jesucristo
puede fijarse con absoluta certeza. Jesús, hijo de José y de María de Nazaret,
fue concebido en este pueblo de Galilea a tenor del misterioso anuncio que el
ángel Gabriel le hizo al artesano de que su prometida (aún no se había
celebrado la boda) estaba encinta, pero que el fruto de su vientre no era obra
de un ser humano sino del Espíritu Santo. María era prima de Isabel, esposa del
sacerdote Zacarías, quienes en la vejez engendrarían a Juan Bautista.
Por
esos días se promulgó un decreto de César Augusto por el que todos los
habitantes del imperio debían empadronarse, cada cual en la ciudad de su
estirpe. José y su joven esposa hubieron de dirigirse a Belén, en Judea, a unos
120 kilómetros de Nazaret. Probablemente hicieron el viaje en caravana con otros
que seguían el mismo camino. La pareja, de escasos recursos económicos,
pernoctó en las afueras de Belén, refugiándose en una de las cuevas utilizadas
por los pastores. Estando allí, a ella se le cumplieron los días del
alumbramiento y dio a luz a su hijo primogénito, al que recostó en un pesebre
porque no tenían sitio en la posada.
El
nacimiento de Jesús tuvo lugar en tiempos del rey Herodes el Grande. Por lo
tanto, no pudo ocurrir más allá del 4 a.C., fecha de la muerte del tetrarca.
Siguiendo a Lucas (2, 1), Jesús nació en tiempos del censo ordenado por Augusto
y efectuado por Quirino, gobernador de Siria. Tertuliano atribuyó ese censo a
Sencillo Saturnino, legado de Siria del 8 al 2 a.C.; éste muy bien pudo haber
completado un censo comenzado por Quirino. Por ello, se suele aceptar que el
nacimiento de Jesús tuvo lugar entre los años 7 y 6 a.C.
El
evangelio escrito de Lucas narra los hechos a la vez simples y extraordinarios
que acompañaron el nacimiento de Jesús: el anuncio de los ángeles a unos pastores,
que acudieron a Belén y fueron los primeros en "alabar y glorificar a Dios
por todas las cosas que habían visto y oído" (Lc. 2, 20). Mateo, en
cambio, narra la visita de tres misteriosos reyes de Oriente que, guiados por
una estrella, acude a adorarlo y le ofrendan oro, mirra e incienso.
Previamente, estos reyes "magos" habían pasado por Jerusalén
preguntando "¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido?" Tal
pregunta llenó de temor al rey, quien ordenó pocos días después uno terrible
matanza de niños varones, que la tradición cristiana recuerda cada 28 de
diciembre como el Día de los Santos Inocentes. Advertidos del peligro que los
acechaba, José y María huyeron de Belén con su hijo y se refugiaron en Egipto,
donde permanecieron hasta la muerte del rey Herodes.
De
nuevo en Nazaret, Jesús aprendió las Escrituras y la tradición oral judía hasta
el punto de sorprender con sus conocimientos a los doctores de la Ley que lo
escucharon en el templo cuando sólo tenía doce años. Mientras el "niño
crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría" (Lc. 2, 40), llevó una
vida normal, trabajando con su padre. Hasta los treinta años nada más vuelve a
saberse de su vida; sólo lo que fantásticamente narra los evangelios apócrifos,
es decir, aquellos escritos de origen desconocido o erróneamente atribuido, en
su mayor parte de origen gnóstico, que tratan de la vida de Jesús en los
últimos años de su juventud. Particularmente llama la atención el cúmulo de
elementos milagrosos, frecuentemente abstrusos y desagradables, en los que
historia y fábula se confunden.
La
predicación
Para
que podamos datar el inicio del ministerio público, Lucas pone especial énfasis
en presentar los datos exactos acerca de la predicación de Juan Bautista, a
quien Jesús acudiría para hacerse bautizar. Sin embargo, sólo un dato es en
verdad útil: «el año decimoquinto de Tiberio César», el reinado del cual empezó
el 19 de agosto del 14 d. C. El año decimoquinto debía ser, según el sistema
romano, del 19 de agosto del 28 d. C. al 18 de agosto del 29 d. C. Por otra
parte, tampoco hay unanimidad acerca de la duración de su vida pública.
Mientras los tres sinópticos hablan de una sola Pascua, Juan Evangelista
especifica claramente tres.
Juan
Bautista comenzó a predicar la pronta llegada del Mesías y a bautizar a quienes
lo escuchaban en las aguas del rio Jordán. Cuando Jesús fue bautizado por Juan
(que era primo suyo), hubo según los evangelistas un signo celestial que lo
señaló como hijo de Dios. Antes de iniciar su propio ministerio, Jesús se
retiró al desierto un período "de cuarenta días", durante los cuales,
según la narración evangélica, ayunó y puso a prueba su fortaleza espiritual
ante las tentaciones del demonio.
Jesús
a su regreso del desierto, inició la divulgación de su doctrina en solitario, dándose
a conocer en la sinagoga, a la que acudía todos los sábados. Un día lo hizo en
su pueblo. Escogió una lectura del profeta Isaías que prefigura al Mesías, el
ungido de Dios que anunciaría a los pobres la Buena Nueva y que daría la
libertad a los oprimidos. Les dijo que era él de quien el profeta hablaba. Fue
denostado por tamaña soberbia (todos sabían que era el hijo de José) e
intentaron despeñarle. Sería el destino de todo su ministerio: la incomprensión
de los suyos, que culminaría con la traición de uno de sus discípulos
predilectos. Pero pronto sus predicaciones convocaron a su alrededor multitudes
a las que enseñaba mediante parábolas, obrando a la vez milagros que llenaban
de asombro y alimentaban la fe en su doctrina.
Se ganó
entonces así las antipatías de escribas y fariseos, a los que aquel advenedizo
robaba protagonismo y popularidad entre las gentes. Los fariseos se quejaban de
que Jesús celebraba fiestas y banquetes. Peor aún, lo hacía con publicanos,
pecadores, gentuza proscrita: por eso los fariseos lo tachaban de borracho y
juerguista. Entretanto, Jesús eligió a doce de entre sus discípulos: Simón (a
quien llamó Pedro) y su hermano Andrés, Santiago y Juan, Felipe y Bartolomé,
Mateo y Tomás, Santiago de Alfeo y Simón (llamado Zelotes), Judas de Santiago y
Judas Iscariote. Eran hombres sencillos, la mayoría pescadores que se ganaban
el sustento con fatiga. Hombres integrantes de la masa que soportaba los
impuestos de los romanos y que se rebelaba ante la vida privilegiada de
escribas, saduceos y fariseos. Jesús les propuso un orden religioso e incluso
social nuevo, sin hipocresías, solidario con los pobres, vital.
El
llamado "sermón de la montaña" acaso sea el más significativo de
todos cuantos pronunció, tanto por su contenido doctrinal como porque viene
precedido, según Lucas, por la elección de los doce discípulos y la realización
de numerosos milagros en tierras de Galilea. En este discurso evangélico,
llamado en la tradición bíblica "Las bienaventuranzas", Jesús saluda
a la muchedumbre con un "bienaventurados los pobres, porque vuestro es el
Reino de los Cielos; bienaventurados los que tenéis hambre ahora, porque seréis
saciados; bienaventurados los que lloráis ahora, porque reiréis" (Lc. 6,
20-21), y enseguida expone las condiciones que han de cumplir quienes elijan
seguirlo: "Bienaventurados seréis cuando los hombres os odien, cuando os
expulsen, os injurien y proscriban vuestro nombre como malo, por causa del Hijo
del hombre..." Es precisamente la idea de la paternidad divina el tema central
de su mensaje, pues es de esa realidad de donde emana el amor y la generosidad
del Creador hacia toda criatura humana.
El
sermón de la montaña pone de manifiesto su profundo conocimiento de la conducta
humana, y reinterpreta además la Ley mosaica dilucidando sus principios
fundamentales y adaptando sus preceptos a las necesidades humanas. Es en este
sentido que dice, por ejemplo, "el sábado ha sido instituido para el
hombre y no el hombre para el sábado" (Mc. 2, 27), cuando los fariseos le
reprochan que sus discípulos hayan arrancado unas espigas o que él mismo haya
obrado milagros y curado enfermos en ese día sagrado para los judíos. El amor a
los enemigos ("amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os
odien"), la misericordia ("sed compasivos, como vuestro Padre es
compasivo. No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis
condenados; perdonad y seréis perdonados"), la beneficencia ("Dad y
se os dará [...], porque con la medida con que midáis se os medirá") o el
celo bien ordenado ("no hay árbol bueno que dé fruto malo y, a la inversa,
no hay árbol malo que dé fruto bueno") son aspectos diferentes de una
misma idea fundamental formulada en la frase "amar a Dios y al
prójimo".
Una
visión estrictamente laica sitúa a Jesús en un exclusivo marco humano, pero no
por ello su figura es menos digna de estudio y consideración. Él, que se
autodefinía Maestro, no seguía las pautas de la clase poderosa judía:
transgredía la norma sabática, iba acompañado de mujeres (María y Marta; Juana,
mujer de Cusa, un administrador de Herodes; Susana, y otras muchas) y se
hospedaba en sus casas. Sus amigos eran gente llana y sencilla a los que
acompañaba en sus fiestas y bodas. Las enseñanzas de Jesús, que por primera vez
hablaban de conceptos nuevos como el amor al prójimo y a los enemigos, la
piedad hacia los pecadores y el respeto a las personas por encima de su
condición, no tardaron en entrar en colisión con el clero judío.
Hay
que entender que la casta sacerdotal judía veía con temor los efectos de las
prédicas de Jesús en el pueblo y dispuso que escribas y fariseos asistieran a
ellas para cuestionar con preguntas capciosas su autoridad. Jesús sorteó con
habilidad todas las trampas que se le tendieron y el Sanedrín demandó sin éxito
el apoyo de la autoridad romana para reprimir al "agitador". Pero el
desasosiego no cundía solamente entre los sacerdotes, sino también en el mismo
Herodes, porque aquel nazareno consentía que se le llamase rey de los judíos,
título que a Herodes le había costado la adulación al opresor extranjero. Llegó
un momento en que Jesús habló sin tapujos: «El que no está conmigo, está contra
mí. No hagáis como los escribas y fariseos hipócritas, víboras, sepulcros
blanqueados por fuera y llenos de carroña por dentro... No amaséis fortunas, vended
los bienes y dad limosnas...» Y los acontecimientos acabaron precipitándose.
El
nazareno envió a predicar de dos en dos a setenta y dos discípulos suyos por
los pueblos de Judea, en donde iniciaron un intenso movimiento religioso como
si se tratara de conquistar la Ciudad Santa. Hacia ella se dirigió Jesús desde
Galilea consciente de que había llegado su hora. Herodes, a quien Jesús había
llamado zorro, estaba al acecho; los sacerdotes, ojo avizor para tenderle una
trampa. Pero Jesús no se amedrentó. Al contrario, entró en Jerusalén en actitud
provocadora, haciéndose entronizar como rey por una multitud que llenaba la
ciudad en ocasión de la Pascua. Y en el mismo centro neurálgico del mundo
judío, el Templo, hizo valer su autoridad: expulsó a los vendedores a latigazos
porque le repugnaba que un lugar de oración se hubiera convertido en un
lucrativo mercado.
Pasión
y muerte de Jesús
Cuando
llegado el día de los Ázimos, en el que se sacrifica el cordero de Pascua,
Jesús prepara la que será su última cena con sus discípulos y en ella les
anuncia su fin: "Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros antes
de padecer; porque os digo que yo no la comeré más hasta que halle su
cumplimiento en el Reino de Dios" (Lc. 22,16). En el relato evangélico de
la cena pascual, Jesús lava los pies a sus discípulos y comparte con ellos el
pan y el vino como expresión de la Nueva Alianza de Dios con los hombres.
Luego, les advierte de lo que ha de ocurrir en los próximos días. Ante el
estupor y desasosiego de los discípulos, les anuncia que uno de ellos llegará a
traicionarlo: "La mano del que me entrega está aquí conmigo sobre la
mesa" (Lc. 22, 21) y que su amado Pedro lo negaría tres veces, aunque
finalmente se arrepentiría de su acción: "Yo te aseguro [Pedro]: hoy, esta
misma noche, antes de que el gallo cante dos veces, tú me habrás negado
tres" (Mc. 14, 30).
Tras
estas dramáticas revelaciones, una vez acabada la comida pascual, Jesús y sus
discípulos abandonaron el cenáculo y caminaron hasta el huerto de Getsemaní.
Enseguida, Jesús se apartó en compañía de Pedro, Santiago y Juan, a quienes les
dijo: "Mi alma está triste hasta al punto de morir, quedaos aquí y
velad" (Mc. 14, 33). Y diciéndoles esto se adelantó y, arrodillado,
comenzó a orar: "Padre, si quieres, aparta de mí esta copa; pero no se
haga mi voluntad, sino la tuya" (Lc. 22, 42). Poco después, la guardia del
Templo se hizo presente en el lugar y prendió a Jesús; los sacerdotes del
Sanedrín habían preferido hacerlo detener lejos de la muchedumbre que lo seguía
con fervor. Con el propósito de sorprender a Jesús indefenso, el Sanedrín había
comprado la voluntad de Judas Iscariote pagándole treinta monedas de plata,
cantidad al parecer equivalente a ciento veinte denarios, que era el precio que
se pagaba entonces por un esclavo o el rescate de una mujer, de acuerdo con lo
prescrito por la Ley Mosaica.
Hostigado
por el Sanedrín, traicionado por su discípulo Judas Iscariote y negado por
Pedro, Jesús afrontó solo y con determinación la condena del Sanedrín, el rechazo
de Herodes Antipas, quien lo remitió de nuevo a Poncio Pilato, y la sentencia
que éste pronunció después de "lavarse las manos" y de soltar en su
lugar a Barrabás, al parecer un cabecilla de un movimiento sedicioso acusado de
asesinato. En vano el procurador romano había intentado evitar la crucifixión
de Jesús, a quien consideraba en realidad inocente de los cargos que le
imputaban. Presionado por los sacerdotes del Sanedrín, que habían excitado a la
muchedumbre para que pidiese la muerte del peligroso "agitador",
acabó condenándolo a morir crucificado.
Los
delitos que le imputó el Sanedrín fueron anunciar la destrucción del Templo
("Esto que veis, llegarán días en que no quedará piedra sobre
piedra"; Lc. 21, 6) y reconocerse como el Hijo de Dios. Y, frente a las
leyes romanas, creerse rey de los judíos, lo que contribuía a aumentar la
inestabilidad política, según el criterio de los influyentes sacerdotes del
Sanedrín. Una vez condenado, Jesús fue vejado, torturado y obligado a cargar su
propia cruz hasta el monte Calvario, donde fue crucificado.
Todos
los evangelistas están de acuerdo en que Jesús murió en viernes. El día de la
muerte de Jesús no fue un día de descanso sabático porque los guardas llevaban
armas y las tiendas estaban abiertas (José de Arimatea pudo comprar una sábana
y las mujeres aromas para embalsamar el cuerpo). Lo más probable es que Jesús
anticipara un día la cena pascual. Reunidos todos los datos (el procurador
Pilato gobernó entre el 26 y el 36 d.C.), se puede asegurar que Jesús murió el
viernes 14 de Nisán (primer mes del calendario hebreo bíblico) del año 30 d.C.,
lo que equivale al 7 de abril del 30 d.C. Y al tercer día, según las Sagradas
Escrituras, resucitó y, apareciéndose a sus discípulos, los alentó a predicar
la palabra de Dios.
Algunas
fuentes para la comprensión más certera de las interpretaciones varias que se
dieron con regularidad a lo largo de un periodo corto y que fueron señalados
como críticas y también como favoritismo en favor de la fe cristiana… <estas
fuentes son recopilaciones reales de los documentos de los historiadores
antiguos, con sus explicaciones y
variables> <históricas>
Las
fuentes no cristianas para la verdad histórica de los Evangelios son pocas y
están contaminadas por el odio y el prejuicio. Se han propuesto varias razones
para explicar esta condición de las fuentes paganas:
El
lugar de la historia de los Evangelios es la remota Galilea;
Se
percibía a los judíos como una raza supersticiosa, si creemos a Horacio (Credat
Judeus Apella, I, Sat., v, 100);
El
Dios de los judíos era desconocido e ininteligible para la mayoría de los
paganos de ese período:
Los
judíos en cuyo seno había nacido el cristianismo estaban dispersos entre
naciones paganas que los odiaban;
La
religión cristiana misma era frecuentemente confundida con una de las muchas
sectas que habían surgido del judaísmo, y las cuales no excitaban el interés
del espectador pagano.
Al
menos es cierto que ni los judíos ni los gentiles sospechaban en absoluto la
enorme importancia de la religión de cuyo nacimiento entre ellos estaban siendo
testigos. Estas consideraciones explican la rareza y aspereza con que los
autores paganos mencionan los sucesos cristianos. Pero aunque los escritores
gentiles no nos dan información acerca de Cristo y las primeras etapas del
cristianismo que no tengamos en los Evangelios, y aunque sus afirmaciones están
hechas con odio y desprecio manifiestos, aun así prueban involuntariamente el
valor histórico de los hechos relatados por los evangelistas.
No
es necesario demorarse sobre un escrito titulado “Actas de Pilato” (Acta
Pilati), que debió haber existido ya en el siglo II (San Justino,
"Apol.", I, 35), y debió haber sido utilizado en las escuelas paganas
para advertir a los jóvenes contra la creencia de los cristianos (Eusebio.,
"Hist. Ecl.", I.9; IX.5); ni necesitamos ahora inquirir la cuestión
de si existieron tablas censales auténticas de Quirino.
Tácito
Tenemos
al menos el testimonio de Tácito (54-119 d.C.) para las afirmaciones de que el
fundador de la religión cristiana, una superstición mortal a los ojos de los
romanos, había sido condenado a muerte por el procurador Poncio Pilato en el
reinado de Tiberio; que su religión, aunque suprimida durante un tiempo, volvió
a resurgir, no sólo en Judea, donde se había originado, sino hasta en Roma, la
confluencia de todos los ríos de maldad e impudor; más aún, que Nerón había
desviado la sospecha que recae sobre él, acusando a los cristianos de haber
quemado Roma; que éstos no eran culpables, pero que merecían su destino por su
misantropía universal. Además Tácito describe algunos de los terribles
tormentos a los que Nerón sometió a los cristianos (Ann., XV, XLIV). El
escritor romano confunde a los cristianos con los judíos, a los que considera
como una secta especialmente abyecta. Y se puede inferir cuán poco investigó la
verdad histórica hasta de los documentos judíos, por la credulidad con la que
aceptó las absurdas leyendas y calumnias sobre el origen del pueblo hebreo
(Hist., V, III, IV)
Suetonio
(75-160 d.C.)
Otro
escritor romano que muestra su familiaridad con Cristo y los cristianos es
Suetonio (75-160 d.C.). Se ha notado que Suetonio consideraba a Cristo
(Chrestus) como un insurgente contra Roma que urdió sediciones en el reinado de
Claudio (41-54 d.C.): "Judaeos, impulsore Chresto, assidue tumultuantes
(Claudius) Roma expulit" (Clau., XXV). En su vida de Nerón considera a ese
emperador como un benefactor público por su severo tratamiento a los
cristianos: "Multa sub eo et animadversa severe, et coercita, nec minus
instituta… afflicti Christiani, genus hominum superstitious novae et
maleficae" (Nero, XVI). El escritor romano no entiende que los problemas
con los judíos surgieron por el antagonismo judío al carácter mesiánico de
Jesucristo y a los derechos de la Iglesia cristiana.
Plinio
el Joven
De
mayor importancia es la carta de Plinio el Joven al emperador Trajano
(alrededor de 61-115 d.C.) en la que el gobernador de Bitinia consulta a su
majestad imperial sobre cómo tratar con los cristianos que vivían en su
jurisdicción. Por una parte sus vidas eran claramente inocentes; no se les
podía probar crimen alguno, excepto sus creencias cristianas, que aparecían
ante los romanos como una superstición extravagante y perversa. Por otra parte
no se les podía hacer tambalearse en su obediencia a Cristo a quien celebraban
como su Dios en las reuniones matutinas tempranas (Ep., X, 97, 98). El
cristianismo ya no aparece aquí como una religión de criminales, como en los
textos de Tácito y Suetonio. Plinio reconoce los altos principios morales de
los cristianos, admira su constancia en la fe (pervicacia et inflexibilis
obstinatio), que parece retrotraer a su adoración de Cristo (carmenque Christo,
quasi Deo, dicere).
Otros
escritores paganos
El
resto de los testigos paganos son de menor importancia. En el siglo II Luciano
se burló de Cristo y los cristianos, de la misma manera que se mofó de los
dioses paganos. Alude a la muerte de Cristo en la Cruz, a sus milagros, al amor
mutuo que prevalece entre los cristianos ("Philopseudes", nn. 13, 16;
"De Morte Pereg"). También hay supuestas alusiones a Cristo en
Numenio (Orígenes, "Contra Celsus", IV.51), a sus parábolas en
Galerio, al terremoto que ocurrió en la crucifixión en Flegón (Orígenes,
"Contra Celso", II.14). Antes del final del siglo II el “logos
alethes” de Celso, citado por Orígenes (Contra Celso, passim), testifica que en
aquel tiempo los hechos relatados en los Evangelios eran generalmente aceptados
como históricamente verdaderos. A pesar de lo escasos que son los testimonios
paganos sobre la vida de Cristo, al menos dan testimonio de su existencia, de
sus milagros, de sus parábolas de su reclamación al culto divino, su muerte en
la Cruz y de las más impactantes características de su religión.
Fuentes
Judías
Filo
Judeo
Filo
Judeo, quien murió después del año 40 d.C., es muy importante por la luz que
arroja sobre ciertos modos de pensamiento y fraseología encontrados de nuevo en
algunos de los Apóstoles. Eusebio (Hist. Ecl. II.4) ciertamente preserva la
leyenda de que Filón se había encontrado con San Pedro en Roma durante su
misión al emperador Cayo; más aún, que en su obra sobre la vida contemplativa
describe la vida de la Iglesia de Alejandría, fundada por San Marcos, y no la
de los esenios y terapeutas. Pero es apenas probable que Filón hubiera oído
hablar lo suficiente de Cristo y de sus seguidores para dar una base histórica
a las leyendas corrientes.
Josefo
El
primer escritor no cristiano que se refiere a Cristo es el historiador judío
Flavio Josefo; nació el 37 d.C., fue contemporáneo de los Apóstoles y murió en
Roma el 94 d.C. Son indiscutibles dos pasajes en sus “Antigüedades” que
confirman dos hechos de los registros cristianos inspirados. En uno de ellos
informa del asesinato de “Juan llamado el Bautista”, por Herodes (Ant., XVIII,
V, 2), y además describe el carácter y obras de Juan; en el otro (Ant., XX, IX,
1) desaprueba la sentencia pronunciada por el sumo sacerdote Anás contra
“Santiago, hermano de Jesús que es llamado Cristo”. Es anteriormente probable
que un escritor tan bien informado como Josefo debiera estar muy familiarizado
con la historia y la doctrina de Jesucristo. Viendo, además, que recoge sucesos
de menor importancia en la historia de los judíos, sería sorprendente que
guardara silencio sobre Jesucristo. Su respeto a los sacerdotes y fariseos no
impidió que mencionara los asesinatos judiciales de Juan el Bautista y de
Santiago el Apóstol. Su intento de encontrar el cumplimiento de las profecías
mesiánicas en Vespasiano no le indujo a pasar en silencio sobre varias sectas
judías, aunque sus creencias aparecieran como inconsistentes con las demandas
vespasianas. Era de esperarse, por consiguiente, alguna noticia sobre Jesús en
los escritos de Josefo.
Las
Antigüedades XVIII, III, 3, parecen satisfacer estas expectativas: "Por
estos tiempos apareció Jesús, un hombre sabio (si en verdad es correcto
llamarle hombre, porque realizaba obras sorprendentes, un maestro de los
hombres que reciben la verdad con alegría) y Él atrajo a sí a muchos judíos
(también a muchos griegos. Este era Cristo) y cuando Pilatos, por la denuncia
de los más importantes entre nosotros, le había condenado a la Cruz, aquellos
que le habían amado primero no le abandonaron (porque apareció vivo de nuevo al
tercer día, como ya habían dicho de él los profetas y otras muchas maravillas
acerca de Él). La tribu de cristianos llamados así por causa de él no ha
desaparecido hasta este día”.
Un
testimonio tan importante como el anterior no podía escapar al análisis de los
críticos. Sus conclusiones pueden reducirse a tres: los que consideran el
pasaje completamente falso; los que lo consideran completamente auténtico y los
que lo consideran un poco de cada uno.
Los
que consideran falso el pasaje: Primero están los que consideran el pasaje como
completamente falso. Las principales razones parecen ser las siguientes:
- Josefo no podía representar a Jesucristo como un simple moralista, y
por otra parte no podía enfatizar las profecías y expectativas mesiánicas
sin ofender las susceptibilidades romanas;
Se
dice que Orígenes y los primeros escritores patrísticos desconocían el pasaje
de Josefo citado arriba;
Es
incierto el lugar exacto en que se encuentra en el texto de Josefo, puesto que
Eusebio (Hist. Eccl., II.6) puede haberlo encontrado antes de las noticias que
conciernen a Pilato, mientras que ahora está colocado detrás.
Pero
la falsedad del pasaje disputado de Josefo no implica la ignorancia del
historiador sobre los hechos conectados con Jesucristo. El informe de Josefo
sobre su propia precocidad juvenil ante los maestros judíos (Vit., 2) recuerda
la historia de la estancia del Cristo en el Templo a la edad de doce años; la
descripción de su naufragio camino a Roma (Vit., 3), recuerda el naufragio de
San Pablo tal como se relata en los Hechos. Finalmente su arbitraria
introducción de una traición practicada por los sacerdotes de Isis a una dama
romana, tras el capítulo que alude a Jesús, muestra una disposición a explicar
el nacimiento virginal de Jesús y a preparar la falsedad de los últimos escritos
judíos.
- Los que ven el pasaje como auténtico, con algunas adiciones espurias:
Una segunda clase de críticos no ven todo el testimonio de Josefo sobre
Cristo como falso, sino que afirman que hay una interpolación, incluida
arriba en paréntesis. Las razones para sustentar esta opinión pueden
reducirse a las dos siguientes:
Josefo
debió haber mencionado a Jesús, pero no pudo haberle conocido como el Cristo,
por lo que parte del texto de Josefo puede ser genuino y parte interpolado.
Y
la misma conclusión se deriva del hecho de que Orígenes conocía un texto de
Josefo sobre Jesús, pero no estaba familiarizado con la variante actual; pues
según el gran doctor alejandrino, Josefo no creía que Jesús era el Mesías
("In Matth.", XIII, 55; "Contra Cels.", I.47).
Cualquier
fuerza que tuvieran estos argumentos se ha perdido por el hecho de que Josefo
no escribía para los judíos sino para los romanos, y consiguientemente cuando
dice” Este era el Cristo” no implica necesariamente que Jesús fuera el Cristo
considerado por los romanos como fundador de la religión cristiana.
- Los que consideran que es completamente genuino: La tercera clase de
eruditos creen que todo el pasaje que trata de Jesús, como se encuentra
hoy en Josefo, es genuino y los principales argumentos a favor son los
siguientes:
Primero,
todos los códices o manuscritos de la obra de Josefo contienen el texto en
cuestión; para afirmar la falsedad del texto debemos suponer que todas las
copias de Josefo estuvieron en manos de los cristianos y se cambiaron de la
misma forma.
Segundo,
es verdad que ni Tertuliano ni San Justino usan el pasaje de Josefo sobre
Jesús; pero este silencio se debe probablemente al desdén con el que los judíos
contemporáneos miraban a Josefo y a la relativamente poca autoridad que tenía
entre los lectores romanos. Escritores del tiempo de Tertuliano y Justino
podían apelar a testigos vivos de la tradición apostólica.
Tercero,
Eusebio ("Hist. Eccl"., I, XI; cf. "Dem. Ev.", III, V)
Sozomeno (Hist. Eccl., I.1), San Nicéforo (Hist. Eccl., I, 39), San Isidoro de
Pelusio (Ep. IV, 225), San Jerónimo (catal.script. eccles. XIII), San Ambrosio,
Casiodoro, etc., apelan al testimonio de Josefo; no debió haber dudas sobre
ello en tiempos de todos estos ilustres escritores.
Cuarto,
el silencio completo de Josefo respecto a Jesús habría sido un testimonio más
elocuente que el que poseemos en el presente texto; éste no tiene afirmación
incompatible con la autoría de Josefo: el lector romano necesitaba la
información de que Jesús era el Cristo o el fundador de la religión cristiana;
los hechos maravillosos de Jesús y su resurrección de entre los muertos eran
tan incesantemente recordados por los cristianos que sin estos atributos el
Jesús de Josefo difícilmente habría sido reconocido como el fundador del cristianismo.
Esto
no implica necesariamente que Josefo viera en Jesús al Mesías de los judíos,
pero aunque hubiera estado convencido de que lo era, tampoco se sigue que se
hiciera cristiano ya que siempre hay un cierto número de subterfugios por los
que el historiador judío no se habría convencido al cristianismo.
Otras
fuentes judías
El
carácter histórico de Jesucristo también es atestiguado por la literatura judía
hostil de las centurias siguientes. Su nacimiento se atribuye ("Acta
Pilati" en Thilo, "Códice apócrifo N.T., I, 526; cf. Justino,
"Apol.", I, 35), a un acto ilícito o hasta adulterio de sus padres
(Orígenes, "Contra Celso," I.28 y I.32). El nombre del padre es
Pantera, un soldado común (Gemara "Sanhedrin", VIII; "Schabbath",
XII, cf. Eisenmenger, "Entdecktes Judenthum", I, 109; Schottgen,
"Horae Hebraicae", II, 696; Buxtorf, "Lex. Chald.” Basle, 1639,
1459, Huldreich, "Sepher toledhoth yeshua hannaceri", Leyden, 1705).
La última obra en su edición final no apareció antes del siglo XIII, de manera
que pudo dar al mito de Pantera su forma más avanzada. Rosch opina que el mito
no comenzó antes de finales del siglo I.
Los
escritos judíos posteriores muestran señales de conocimiento del asesinato de
los Santos Inocentes (Wagenseil, "Confut. Libr.Toldoth", 15;
Eisenmenger op. cit., I, 116; Schottgen, op. cit., II, 667), de la huída a
Egipto (cf. Josefo, "Ant." XIII, XIII), de la estancia de Jesús en el
Templo a la edad de doce años (Schottgen, op. cit., II, 696), de la llamada de
los discípulos ("Sanhedrin", 43a; Wagenseil, op. cit., 17; Schottgen,
loc. cit., 713), de sus milagros (Orígenes, "Contra Celso", II.48;
Wagenseil, op. cit., 150; Gemara "Sanhedrin" fol. 17;
"Schabbath", fol. 104b; Wagenseil, op.cit., 6, 7, 17), de su
afirmación de que es Dios ( Orígenes, "Contra Celso", I.28; cf.
Eisenmenger, op. cit., I, 152; Schottgen, loc. cit., 699) de la traición de
Judas IscarioteJudas]] y su muerte (Orígenes, "Contra Celso", II, 9,
45, 68, 70; Buxtorf, op. cit., 1458; Lightfoot, "Hor. Heb.", 458,
490, 498; Eisenmenger, loc. cit., 185; Schottgen, loc. cit., 699 700; cf.
"Sanhedrin", VI, VII). Celso (Orígenes, "Contra Celso",
II.55) trata de arrojar dudas sobre la resurrección, mientras que Toldoth (cf.
Wagenseil, 19) repite la ficción judía de que el cuerpo de Jesús fue robado del
sepulcro.
Fuentes
Cristianas
Entre
las fuentes cristianas de la vida de Jesús apenas necesitamos mencionar los
llamados “Agrapha” y Apócrifos, pues si los “agrapha” contienen “Logia” de
Jesús, o se refieren a incidentes de su vida, son muy inciertos o presentan
solamente variaciones de la historia evangélica. El principal valor de los
Apócrifos consiste en mostrar la infinita superioridad de las Escrituras
inspiradas al contrastar las vulgares y erróneas producciones de la mente humana
con las simples y sublimes verdades escritas bajo la inspiración del Espíritu
Santo.
Entre
los libros sagrados del Nuevo Testamento, especialmente los cuatro Evangelios y
las cuatro grandes Epístolas de San Pablo, son los más importantes para la
construcción de la vida de Jesús. Las cuatro grandes epístolas paulinas (romanos,
Gálatas, Epístolas a los Corintios, 1 y 2,) no pueden ser sobreestimadas por el
estudioso de la vida de Jesús. A veces se les ha llamado el “quinto evangelio”;
los críticos serios nunca han asaltado su autenticidad. Su testimonio es
anterior al de los Evangelios, al menos de la mayoría de ellos y son más
valiosas porque son incidentales e imprevistas; son el testimonio de un
escritor altamente intelectual y culto que había sido el peor enemigo de Jesús,
que escribe dentro de los veinticinco años de los sucesos que relata. Al mismo
tiempo esas cuatro grandes epístolas dan testimonio de los más importantes
hechos de la vida de Cristo: su descendencia davídica, su pobreza, su mesiazgo,
su enseñanza moral, su predicación del Reino de Dios, el llamamiento a los
apóstoles, su poder milagroso, su afirmación de ser Dios, la traición, la
institución de la Eucaristía, su Pasión, Crucifixión, sepultura y Resurrección,
sus repetidas apariciones (Romanos 1,3-4; 5,11; 8,2-3; 8,32; 9,5; 15,8; Gálatas
2,17; 3,13; 4,4; 5,21; 1 Corintios 6,9; 13,4; etc.). Pero por más importantes
que sean las cuatro Epístolas, los Evangelios lo son más, no porque ofrezcan
una biografía completa de Jesús, pero explican el origen del cristianismo con
la vida de su fundador. Cuestiones como la autenticidad de los Evangelios, la
relación entre los Evangelios Sinópticos y el Cuarto, el problema sinóptico,
debe ser estudiado en los artículos sobre los temas respectivos.


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